Crítica de ‘O corno’: la sororidad que mueve al mundo
Jaione Camborda habla de maternidad y solidaridad femenina en una hermosa fábula que acompaña una huida sin marcha atrás.
por Álex Montoya
Tardofranquismo, Galicia rural, la llegada al mundo de un bebé, un aborto clandestino y una huida sin mirar atrás. El segundo largomteraje de Jaione Camborda se aborda desde el naturalismo más esencial para ir, también, a la esencia del ciclo de la vida. Sus primeros nueve minutos son pura tensión en la que somos testigos de un parto lleno de sudor, gritos sostenidos y gemidos en un cuerpo que se estremece, es toda una visceral declaración de intenciones.
María, comadrona en A Illa de Arousa, ofrece su experiencia y su ternura, su buena mano y su empatía, y ayuda a nacer a una criatura. La cámara de Camborda propone una completa inmersión en el proceso. Y después hará lo propio cuando la protagonista responda a una llamada de socorro que la empuja a cometer un pecado mortal.
Road movie con olor a tierra mojada, ‘O Corno’ apuesta por la fisicidad, en la vida y en la muerte, en el sexo y en el llanto, en el baile y en la magia, remando una barca en las rutas del contrabando y en esas manos que se entierran para recoger patatas, o marisco.
La película es el relato de una escapada, sí, pero por encima de todo, propone una historia de sororidad, de mujeres que ayudan a otras mujeres, que se miran a los ojos, que las comprenden, que las animan, que las cobijan. De mujeres que se dan esperanza y se ofrecen un futuro. ‘O Corno’ se estructura a partir de un puñado de escenas extensas y contundentes, que a menudo usan planos cortos y muy potentes que aumentan el impacto de lo visto. Es un cine que activa los sentidos, también las emociones. Que nos, y se, conecta con la naturaleza, ese paisaje gallego-portugués que luce en las muchas secuencias de exteriores, fantásticamente capturadas, de día y de noche, por la fotografía de Rui Poças.
Directora y guionista, Jaione Camborda sabe ser sutil en la construcción de la atmosfera opresiva de la España rural de principios de los 70, con una dictadura que languidecía sin perder un atisbo de crueldad. Ese es el contexto de la huida de María, aunque, en realidad, el viaje al pasado no esconde la vigencia de lo que se cuenta, el ayer y el hoy dialogan permanentemente.
Otro pleno al quince de la cineasta es la elección de una fabulosa debutante para dar vida al personaje protagonista: la bailarina contemporánea Janet Novás, quien, desde lo más pequeño, desde la apabullante sensibilidad de sus gestos y sus miradas, se hace enorme.
Es posible que una película como esta no pudiera hacerse sin la complicidad de dos productoras que vienen haciendo un trabajo creativo rico y coherente: Andrea Vázquez (‘O que arde’) y María Zamora (‘Alcarràs’) ponen toda su carne en el asador al servicio de la mirada de una cineasta que se doctora en su exploración de la maternidad, la feminidad y la supervivencia.
Para reafirmarnos en el poder de la sororidad como gran motor de nuestro mundo.
Lo mejor: La belleza de muchos de sus momentos, desde una escena inicial que te atrapa y no te suelta hasta cerrar el círculo.
Lo peor: No haber visto antes en ninguna película a Janet Novás.