«O corno», proeza de Jaione Camborda, se lleva a Galicia la Concha de Oro del Festival de San Sebastián
O corno, la película de Jaione Camborda, se lleva a Galicia la Concha de Oro de este 71.º Festival de Cine de San Sebastián. Es una proeza de la directora de origen donostiarra y afincada en Santiago desde hace más de 15 años. Porque en el que es solo su segundo largo —tras Arima, en el 2019—, Camborda logra el que es el primer triunfo absoluto de una película gallega (también de la primera hablada en gallego) en un festival de clase A, el circuito de los certámenes más relevantes del panorama internacional. Solo los reconocimientos en Cannes al cine de Oliver Laxe en las secciones alternativas a la oficial son parangón equiparable a esta victoria de O corno con su merecida Concha de Oro, por la que competía con autores del peso del rumano Cristi Puiu, el francés Robin Campillo y los belgas Joachim Lafosse y Xavier Legrand, todos ellos elevados en su día al palmarés en Cannes o Venecia. Y cabe aún más brillo en este premio para O corno al reflexionar que quien lo avala es un jurado presidido por Claire Denis y del que forma parte Christian Petzold, dos autores de entre los más eminentes del cine mundial.
Jaione Camborda es, además, la primera directora española que logra la Concha de Oro. Su nombre viene a sumarse al de colegas como Víctor Erice, José Luis Borau, Montxo Armendáriz, Juanma Bajo Ulloa, Fernando León, Carlos Vermut, Manuel Gutiérrez Aragón, Imanol Uribe e Isaki Lacuesta. «Este es un momento muy emocionante que quiero compartir con todo mi equipo, con cada uno de sus miembros, en especial con mis compañeras de producción, Andrea Vázquez y María Zamora. Detrás de cada película hay mucho esfuerzo y dedicación, muchas tomas de decisiones, muchos posicionamientos, y no he podido estar mejor acompañada», dijo Camborda al recoger el premio.
Tras agradecer la invitación al festival y el apoyo a todas las instituciones que confiaron en su proyecto, subrayó lo especial que era para ella recibir este premio en la ciudad que la vio crecer y rodeada de gente querida. «Me siento especialmente halagada de recibirlo de las manos de este jurado, al que admiro y que son referentes para mí —añadió—. Y qué importantes son los referentes, las que abrieron camino y nos iluminaron un poquito esta especie de nebulosa que es la vida y a través del cine y otras artes nos enseñan un poquito más».
Antes de despedirse, Camborda quiso destacar la diversidad de miradas que estos días han pasado por San Sebastián: «Hemos podido ver cine de muchas latitudes, de muchos géneros, de muchos idiomas, de muchas sensibilidades y formas de concebir el mundo, como una Torre de Babel desde la que se mira el mundo desde infinitas perspectivas. Y es que la diversidad no hace más que enriquecernos y hacernos más libres». Finalizó su discurso compartiendo el premio con «todas esas cineastas que están por venir y que serán referentes para las siguientes».
Su entidad de drama naturalista entronca en su mirada despejada de afectaciones con esa corriente literaria de larga tradición en Galicia. Y Jaione Camborda logra que fluya hacia el cine a partir de un guion muy preciso, escrito también por ella, que nace entre dos contrafuertes de dolor: los gritos sostenidos de un parto y el quejido que precede a la tragedia cuando una interrupción clandestina de un embarazo produce trágicas consecuencias para una adolescente.
Ambas situaciones tienen como intermediaria a la protagonista de la película, Janet Novás. Y aquí sobreviene otro nacimiento, este artístico. Porque en su arrebatador debut tardío como actriz, Novás —con eminente trayectoria como bailarina— se revela con una sabiduría y un magnetismo natural asombrosos en el dominio del pulso de cada secuencia. Es esta apuesta personal de Jaione Camborda otro jalón sustantivo en la fuerza que cobra el trayecto de huida hacia la libertad de O corno. Fluye con belleza orgánica este destino marcado por la frontera, la raia que es también la cicatriz que recorre el vientre de Janet Novás, acariciado por un deseo que va a producir el renacimiento en un territorio de las nuevas oportunidades para los perseguidos o maltrechos —por la justicia represora de la mujer, por la herida aún sin cerrar del viejo colonialismo— donde el orgullo de los níveos y de los pretos reflota sin happy endings impostados.
Ese final de dicha sí lo halla la obra de Camborda. Cuando comenzó este festival hablábamos del cabalístico 7 % de posibilidad matemática de su triunfo entre otras 15 candidatas al máximo premio. A medida que caía el mismo, y de manera singular desde la irrupción de O corno, con su respeto hacia sus personajes y sus razones de vida, las motivaciones para que esta obra subiese al palmarés se elevaron. Y Claire Denis, Christian Petzold y los demás miembros de este jurado han sostenido la altura de sensibles sabios de este arte otorgando el oro a esta película, en una de las noches más felices del (aún) Novo Cinema Galego.
Puan es una tragicomedia argentina, entre lo mejor visto en la competición. La dirigen Benjamín Naishtat y María Alché y cuenta sin pretensiones ni milongas el caos social y anímico que sufre el país austral. Posee un giro de escritura virtuoso en ese extrañamiento de quien para que su voz amateur de cantante de tango merezca ser escuchada tiene que huir al altiplano de Bolivia. Lejos del ruido y de la grieta. Y entonces entona Naranjo en flor. Por eso el premio a su guion para Puan marca la perspicacia del jurado.
Igualmente es apreciable que hayan reparado en la película danesa Kalak, que tuvo que sufrir desprecio casi general. Es osada, se toma sus riesgos y sale indemne. Arranca con la imagen explícita de un pene erecto y una felación. Pronto sabremos que se trata de un abuso sexual de padre a hijo. Y veremos como el segundo busca su sanación en un exilio en el mundo aparte de Groenlandia donde comparte muy libre y felizmente promiscuidad con algunas mujeres de esa isla. Ese material con tendencia al exceso lo dirige Isabelle Kellof sabiendo dejarla trotar libre y —cuando conviene— embridando su desenfado. Se merece esa medalla de plata que es el Premio especial del Jurado.
La taiwanesa A Journey in Spring, donde un anciano es tan dependiente de su mujer que cuando ella muere inesperadamente la mantiene a su lado en un congelador tamaño natural, es correcta. Pero la mejor dirección para Tzu-Hui Peng y Ping Wen Wang le queda grande.
Isabel Coixet se ha ido prácticamente de vacío. Es un beneficio para la humanidad. Bueno, le han soltado la incomprensible pedrea del premio de interpretación secundaria al hombre-roca peludo y con la sensibilidad de una ostra encarnado por el armenio libanés Hovik Keuchkerian. A Coixet le habrá parecido una broma. Y tal vez lo sea.
En el palmarés de este festival —en general satisfactorio— hay una evidente ausencia. La Concha de Plata a la mejor interpretación —San Sebastián hace años que no divide esta categoría en sexos, sino en rangos de actuación, principal o de reparto— llevaba escrito el rostro de Janet Novás, esa remansada fuerza de la naturaleza de O corno. Aunque este festival no excluye, como sí hacen Cannes o Venecia, que la Concha de Oro a una película pueda recibir otros premios, es muy probable que esa regla casi general haya influido en Claire Denis y su jurado a la hora de considerar que en ese reconocimiento máximo a O corno se incluían también los méritos de Novás.
Eso explica que la Concha de Plata a mejor interpretación se reparta en un ex aequo que es de celebrar en el caso del sensacional actor argentino Marcelo Subiotto, que borda en Puana ese profesor de Filosofía, perdedor profesional, ocasionalmente bufón contra su propia voluntad. Por el contrario, encuentro desafortunado que Subiotto comparta el premio con el japonés Tatsuya Fuji. Y no porque este no sea un actor solvente sino porque su figura de anciano con una demencia y una biografía previa bastante vil está ahí, en cada uno de los inacabables 151 minutos de eso llamado —casi como broma u oxímoron— Great Absence. Porque el tipo no sale del plano ni con agua hirviendo. No se compadece ese empacho de metraje no necesario con una presencia ya indeleble en el palmarés, a través de su actor, que nos recuerde aquel tiempo suspendido de retorcimiento en la butaca.