Notable ópera prima.
Por Ignacio Pablo Rico
Concluida la proyección de Arima, notable ópera prima de Jaione Camborda, no podía dejar de pensar en las novelas de Adelaida García Morales; El Sur (1985) o Las mujeres de Héctor (1994), por ejemplo. Como en aquellas, un interrogante siembra la incertidumbre, secretamente, más allá de lo perceptible —idea que adquiere una dimensión literal en Arima—, en el precario orden cotidiano de un cuarteto de personajes femeninos. Camborda articula la realidad cinematográfica en torno al misterio —tomo prestado a Carles Matamoros el uso de este término aquí—. Un concepto —el de la imagen huidiza, la ausencia presente, lo no visto pero intuido— que forma parte medular del lenguaje audiovisual, aunque el cine contemporáneo parezca olvidarse de ello demasiado a menudo. El fantasma que recorre las calles del pueblo donde tiene lugar la acción permanece invisible en esta narración fragmentada por la subjetividad de la mirada y lo imperceptible de los susurros. El empleo del fuera de campo obtiene en Arima, por tanto, resonancias existenciales. En consecuencia, la frustración compartida por protagonistas y espectadores frente a lo irresoluble de una trama apasionante y neblinosa es profundamente consecuente con el espíritu que anima la película.